viernes, 20 de julio de 2012

Hangar 121

Un yermo desolado me aguarda cada mañana cuando miro a través de los huecos en las paredes de mi choza de chapa. Un dejo, un atisbo de la cuidad que una vez fue la meca de la humanidad me devuelve la mirada con desdén. El sol, gris y avejentado baña todo con su lamentable y gélido brillo. Las patéticas plantitas que llamamos cosecha se yerguen a duras penas entre la arena y las piedras. Nuestros animales, que alguna vez supieron darnos alimento, mueren cada vez más a menudo a falta de agua y comida. Nuestros niños no crecen. Y nuestras aldeas se llenan de ancianos lunáticos. No es fácil vivir en las Tierras Baldías. 
Ya nada es como la vida de antes del Suceso que pocos podemos recordar. El pasado no nos puede devolver nada, el futuro no es más que una ilusión. Ninguno de los dos importa cuando el presente se chupa la vida y las esperanzas de la gente. Lo único que podemos hacer es concentrarnos en sobrevivir: algunos por sí mismos, otros agrupándose. Los que eligen la soledad terminan muriendo rápidamente por una u otra razón. Son atacados y asesinados por piratas que buscan sus bienes. Los desgasta el desierto. Los ahoga la sed. Los estruja el hambre. Los devoran las bestias salvajes de nuestra mutante realidad. Por otro lado, los que nos agrupamos tenemos poco más de qué jactarnos que los Solitarios. Es casi imposible asentarse en un lugar. Las cosechas nunca dan fruto abundante. El ganado muere de sed más rápido de lo que se reproduce. Las tormentas de arena destruyen nuestras precarias viviendas. Los piratas las incendian y violan a nuestras mujeres. No es para nada fácil vivir en las Tierras Baldías.
Mi tribu tuvo suerte. Un día gris mientras deambulábamos por el desierto del Amazonas, encontramos un hangar abandonado por los Antiguos. Nick, el único que todavía conoce el idioma Ancestral, nos dijo que era un hangar militar donde esa asombrosa sociedad una vez almacenó suministros de guerra. Era el Hangar 121. Nos pareció un lugar seguro y lo bastante alejado de todo como para asentarnos. Hace ya tres primaveras que nos encontramos aquí y no ha sucedido nada más grave que un ataque de coyotes venenosos. A decir verdad, la vida en el Hangar 121 puede ser muy aburrida a pesar de las inclemencias de las Tierras Baldías.
Estos últimos días he estado considerando la idea de salir a explorar más allá del farallón que se levanta al oeste. Siempre que acariciaba el tema, Roch, el líder de nuestra tribu me disuadía. Pero yo sé que hay algo importante al oeste, lo siento en el aire pesado. Creo que ha llegado el momento de dejar el Hangar 121 pero no quiero irme solo. Trataré de llevarme a Sally conmigo por las buenas... o por las malas.

La dimensión de Venturi

La vida en Venturi no es fácil: nunca nada es lo mismo. Todo puede ser y no ser a la vez, numerosas líneas temporales se desenvuelven simultáneamente. Uno nunca puede llegar a acostumbrarse a un estilo de vida ya que Venturi es como un niño caprichoso con un juguete, que hace y deshace realidades a su placer. Esos juguetes somos nosotros, los partícipes involuntarios de su retorcido juego. Yo, Frank, tengo tatuado el número 2198 en mi antebrazo. Así es... somos muchos los atrapados en Venturi. Y son muchas las vidas que llevamos aquí, muchas las tareas que desempeñamos, muchas las tragedias que sufrimos, muchas las alegrías que disfrutamos...