lunes, 6 de agosto de 2012

Hangares

Todavía no he hablado con el resto de la tribu acerca de mi descubrimiento. Para mi sorpresa, existen más hangares como el nuestro. La única diferencia es que tienen otros símbolos sobre las gigantescas puertas de metal. Nick me ha estado enseñando el idioma de los Antiguos y sus símbolos. Por lo que me dijo, ellos también se comunicaban por escrito. Fue una suerte que llevara los libros que me dio Nick en mi mochila, así pude comparar los símbolos en ellos con los de las puertas de los Hangares. El más cercano tiene grabado en la pared 122. El Hangar 122. No profundicé mi exploración debido a que noté movimiento en los alrederoes del edificio. Además, la noche del Suceso estaba cayendo cada vez más cercana a nuestro Hangar. Nunca es bueno estar fuera durante las noches del Suceso. Volví rápidamente con mi tribu antes de que notasen mi ausencia. Traté de disimular la euforia por el descubrimiento de otra tribu lo más que pude, pero Sally ha notado que hay algo en mi mente. Siento la necesidad de contarle mi secreto, mi descubrimiento monumental sobre los otros Hangares y sus habitantes, pero si la conozco como creo, querrá contactar con la otra tribu. Todavía no sé si son amigables o peligrosos. Necesito volver mañana para averiguarlo.
En nuestro Hangar las cosas no van muy bien. Roch está cada vez más enfermo y no hay esperanzas de que mejore. Su vida se apaga con cada minuto que pasa. Su muerte nos dejaría sin guía. Seguramente Serge querrá tomar el mando por la fuerza pero Nick intentará burlarlo con su inteligencia. Por mi parte, cuando Roch muera, estoy seguro de que tomaré a Sally y huiré con ella hacia el farallón del Oeste. Necesito trazar mejor mi plan, tener en cuenta todas las probabilidades. No puedo dejar nada librado a la suerte. Debo resolver el problema de la comida y el agua antes de partir. Lo siguiente que me quita el sueño es la seguridad. Lo peor de todo es que Roch no me brinda mucho tiempo para planear todo tan minuciosamente. Su muerte es inminente a pesar de los esfuerzos de Jules por prolongar su vida.
El desgaste de Roch, y ahora el descubrimiento de una tribu mayor y posiblemente peligrosa, aceleran mi partida a paso agigantado. Por suerte, en mis exploraciones anteriores, he podido juntar algunos elementos que me ayudarán a combatir a las Tierras Baldías aunque no creo que me ayuden por mucho tiempo ante semejante contrincante. Habría partido hace tiempo de no ser por mis planes de llevar a Sally conmigo. No quiero que huyamos y ella muera al poco tiempo por mi negligencia al idear todo esto. Planear todo para su seguridad es lo que más me detiene.
Por otro lado, pienso que tengo buenas posibilidades de hacerme con el mando del Hangar 121 yo mismo. Serge tendrá su fuerza y Nick su inteligencia pero ninguno de los dos tiene mi conocimiento sobre los terrenos lindantes y la ventaja geográfica con la que cuenta nuestro campamento. Quedarme aquí y hacerme con el control de la tribu aseguraría el bienestar de los demás; el de Sally sobre todo, que es quien más me importa, aunque va en contra de mis deseos de explorar más allá del farallón.
Me siento en medio de tres fuerzas que tiran hacia lados opuestos. El deseo de ir hacia el Oeste con Sally y aferrarme a la remota posiblidad de encontrar un lugar seguro. La sed de poder que me incita a alzarme por sobre el resto de la tribu y comandar el Hangar 121 para proteger a Sally lo mejor posible. Y la urgencia de huir cuanto antes para evitar el derrame de sangre que seguramente se llevará a cabo cuando muera Roch. No sé qué es lo mejor pero estoy seguro de que grandes cambios se avecinan...


viernes, 20 de julio de 2012

Hangar 121

Un yermo desolado me aguarda cada mañana cuando miro a través de los huecos en las paredes de mi choza de chapa. Un dejo, un atisbo de la cuidad que una vez fue la meca de la humanidad me devuelve la mirada con desdén. El sol, gris y avejentado baña todo con su lamentable y gélido brillo. Las patéticas plantitas que llamamos cosecha se yerguen a duras penas entre la arena y las piedras. Nuestros animales, que alguna vez supieron darnos alimento, mueren cada vez más a menudo a falta de agua y comida. Nuestros niños no crecen. Y nuestras aldeas se llenan de ancianos lunáticos. No es fácil vivir en las Tierras Baldías. 
Ya nada es como la vida de antes del Suceso que pocos podemos recordar. El pasado no nos puede devolver nada, el futuro no es más que una ilusión. Ninguno de los dos importa cuando el presente se chupa la vida y las esperanzas de la gente. Lo único que podemos hacer es concentrarnos en sobrevivir: algunos por sí mismos, otros agrupándose. Los que eligen la soledad terminan muriendo rápidamente por una u otra razón. Son atacados y asesinados por piratas que buscan sus bienes. Los desgasta el desierto. Los ahoga la sed. Los estruja el hambre. Los devoran las bestias salvajes de nuestra mutante realidad. Por otro lado, los que nos agrupamos tenemos poco más de qué jactarnos que los Solitarios. Es casi imposible asentarse en un lugar. Las cosechas nunca dan fruto abundante. El ganado muere de sed más rápido de lo que se reproduce. Las tormentas de arena destruyen nuestras precarias viviendas. Los piratas las incendian y violan a nuestras mujeres. No es para nada fácil vivir en las Tierras Baldías.
Mi tribu tuvo suerte. Un día gris mientras deambulábamos por el desierto del Amazonas, encontramos un hangar abandonado por los Antiguos. Nick, el único que todavía conoce el idioma Ancestral, nos dijo que era un hangar militar donde esa asombrosa sociedad una vez almacenó suministros de guerra. Era el Hangar 121. Nos pareció un lugar seguro y lo bastante alejado de todo como para asentarnos. Hace ya tres primaveras que nos encontramos aquí y no ha sucedido nada más grave que un ataque de coyotes venenosos. A decir verdad, la vida en el Hangar 121 puede ser muy aburrida a pesar de las inclemencias de las Tierras Baldías.
Estos últimos días he estado considerando la idea de salir a explorar más allá del farallón que se levanta al oeste. Siempre que acariciaba el tema, Roch, el líder de nuestra tribu me disuadía. Pero yo sé que hay algo importante al oeste, lo siento en el aire pesado. Creo que ha llegado el momento de dejar el Hangar 121 pero no quiero irme solo. Trataré de llevarme a Sally conmigo por las buenas... o por las malas.

La dimensión de Venturi

La vida en Venturi no es fácil: nunca nada es lo mismo. Todo puede ser y no ser a la vez, numerosas líneas temporales se desenvuelven simultáneamente. Uno nunca puede llegar a acostumbrarse a un estilo de vida ya que Venturi es como un niño caprichoso con un juguete, que hace y deshace realidades a su placer. Esos juguetes somos nosotros, los partícipes involuntarios de su retorcido juego. Yo, Frank, tengo tatuado el número 2198 en mi antebrazo. Así es... somos muchos los atrapados en Venturi. Y son muchas las vidas que llevamos aquí, muchas las tareas que desempeñamos, muchas las tragedias que sufrimos, muchas las alegrías que disfrutamos...